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1984. LUCES DE BOHEMIA, de Valle Inclán. Dirección Lluis Pasqual

  • Foto del escritor: Juanma Gómez
    Juanma Gómez
  • 16 nov 2024
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 16 nov 2024

Había leído el texto de Valle, por supuesto. Era lectura obligada en los tiempos del BUP y el COU. Y resulta que la estaban echando (me encanta el verbo “echar” referido al cine y al teatro) en el María Guerrero, ese teatro en el que había visto, unos meses antes, otro montaje que me ha marcado, Eloísa está debajo de un almendro, de Jardiel Poncela, dirigido por José Carlos Plaza, del que hablaré en otro momento. A mí, el María Guerrero siempre me ha parecido un teatro precioso e imponente. Antes de las termitas más que ahora. Así que volver al María Guerrero a ver la obra de Valle era todo un aliciente.


Portada del programa de mano original

Y la experiencia fue colosal. Un reparto de (si no he contado mal) cuarenta actores. Un montaje tan sencillo como efectivo para retratar ese “Madrid absurdo, brillante y hambriento” que en mis recuerdos está fotografiado en blanco y negro con unas escenas en un potentísimo contraluz sobre un suelo resplandeciente. Quizás no era lo que yo había imaginado en el texto, si es que el texto de Valle te deja imaginar algo más allá de su prosa brillante, divertida, castiza, escurridiza y ágil, pero era un Luces de bohemia de una enorme contundencia. Brillante y limpio. Divertido y patético. Trágico y grotesco.


Supongo que la memoria (esa “vigilante del cerebro” que diría Lady Macbeth) cristaliza como piedras preciosas o deshecha como basura imágenes y experiencias que impactan en nuestros sentidos con más o menos fuerza. Y, así como de otras solo guardo el programa de mano como evidencia física de mi asistencia, de esta producción conservo muchas imágenes. En verdad este montaje fue una experiencia vital; un filtro que cambió mi perspectiva del teatro, de la literatura, de la interpretación,... fue encontrar una esencia.


Interior del programa de mano original

Y a esta epifanía contribuyeron, y no poco, los actores. Yo ahora escribo “actores” pero entonces, con diecisiete años, no tenía el concepto de “actor” que tengo ahora, con cuarenta años más. Solo conocía a Rodero (esa institución, ese referente, como tantos otros de esa generación) pero cuando se levantó el telón aparecieron Max Estrella, Don Latino, El Preso, El Borracho, Rubén Darío... Luego sí, ya supe que ahí, además de Rodero, estaban, derrochando talento y amor, Carlos Lucena, Juan Gea, Cesáreo Estébanez, Carlos Mendi... Nombres que, de una forma u otra, me han acompañado en estos cuarenta años. También me han acompañado, y me han guiado (a su manera; a mi manera) otros: Lluis Pasqual, y ese titán creativo de la escena: Fabiá Puigserver.


Y hay que decirlo con rotundidad: ese Luces de bohemia era un lujo. Una producción que ahora sería completamente impensable. Se estrenó en el Odeón de París, hizo una extensa gira nacional e internacional y estableció su cuartel general en el María Guerrero durante unos meses. ¿Por qué ahora esto no pasa con las producciones de los teatro públicos? Doctores tiene la iglesia.

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